La Meteorología y los fenómenos atmosféricos en la literatura universal
Coincidiendo con la celebración de la Feria del Libro de Madrid 2023, se comentan algunos libros que sin estar dedicados a la Meteorología o al clima incluyen descripciones meteorológicas o incluso su línea argumental gira en torno al tiempo y al clima.
La relación de libros de Meteorología es muy grande (miles de títulos), pero se reduce a una fracción ínfima si consideramos todas las obras –tanto novelas como poemarios– en las que encontramos, en mayor o menor medida, referencias a lo que acontece en la atmósfera. La literatura universal está plagada de alusiones meteorológicas. Con frecuencia el propio título de la obra y/o la portada aluden de forma explícita al asunto (“Gorilas en la niebla”, “Cumbres borrascosas”, “El hombre de la lluvia”…).
En otras muchas ocasiones, como veremos, los autores se recrean en las descripciones del tiempo atmosférico donde se desarrolla la acción. En poesía, los elementos meteorológicos son una fuente de inspiración muy común, lo que tiene su reflejo en infinidad de poemas que aparte de bellos logran transmitirnos hondas emociones. Tenemos también obras literarias en las que el hilo argumental gira en torno a la Meteorología. Demos un repaso rápido a algunas de ellas.
El hilo conductor meteorológico
Tanto “La teoría de las nubes”, de Stèphane Audeguy (El Aleph, 2006) como “El libro de las nubes”, de Chloe Aridjis (Funambulista, 2011) son dos ejemplos de novelas en las que el elemento “nube” no solo se incluye en el título sino que impregna ambas obras. En la primera discurren algunos personajes históricos que fueron clave en la clasificación nubosa, mientras que en la segunda la autora juega con el carácter simbólico de las nubes. Otro título digno de mención es “El meteorólogo”, de Olivier Rolin (Libros del Asteroide, 2017), cuyo personaje es real, fue detenido en la época de Stalin y deportado de por vida a Siberia, y gracias a las cartas que fue mandando a su hija, el autor en la novela recrea su peripecia vital.
También hay novelas que discurren más por los derroteros del clima que del tiempo. Citamos tres de ellas a vuela pluma, cuya lectura recomendamos: “El genio”, de Dieter Eisfield (Seix Barral, 1987) [sobre la pérdida de control de una máquina que permite controlar el tiempo y el clima], “2065”, de José Miguel Gallardo (Roca Editorial, 2017) [Viaje distópico al año 2065, en un mundo mucho más cálido que el actual] y “El sexto invierno”, de Douglas Orgill y John Gribbin (Acervo, 1983) [Llegada de una brisca glaciación a la Tierra. En esta novela está basada, en parte, la película “El día de mañana” (2004), dirigida por Roland Emmerich].
El tiempo gris y lluvioso y la monotonía de la lluvia de su Galicia natal, sirvió a Camilo José Cela (1916-2002) para empezar a escribir las primeras líneas de su novela “Mazurca para dos muertos” (1983). La novela arranca así: Llueve mansamente y sin parar, llueve sin ganas pero con una infinita paciencia, como toda la vida, llueve sobre la tierra que es del mismo color que el cielo, entre blando verde y blando gris ceniciento… Abundan las descripciones meteorológicas en varias de las novelas de José María Pereda (1833-1906), como “El sabor de la tierruca” (1882) [donde describe magistralmente el efecto foehn en Cantabria, provocado por el viento sur] o “Peñas Arriba” (1895).
En la poesía encontramos bellos ejemplos en los que el poeta transmite sus vivencias atmosféricas a través de la palabra. A modo de ejemplo (hay mucho y bueno donde elegir), en su poesía dedicada a “Los olivos”, Antonio Machado nos resume en una estrofa el ciclo vegetativo de la planta a lo largo del año, con sus diferentes tipos de tiempo: Olivares, Dios os dé / Los eneros de aguaceros,/ Los agostos de agua al pie. / Los vientos primaverales,/ Vuestras flores racimadas;/ Ya las lluvias otoñales/ Vuestras olivas moradas
La atmósfera en las novelas de Verne
Terminamos este repaso, necesariamente incompleto, con una breve incursión en el universo verniano; en las fascinantes novelas que conforman los “Viajes Extraordinarios”, concebidas por el genial escritor francés Julio Verne (1828-1905). En ellas, aparte de ir relatado los avances científicos que se produjeron en el siglo XIX, se van recorriendo los distintos lugares de la Tierra.
Es justamente en esos viajes imaginarios en los que el famoso novelista se recrea en las descripciones de los lugares que van visitando los protagonistas, siendo muy frecuentes las referencias al estado del cielo, a las condiciones meteorológicas y a un sinfín de fenómenos atmosféricos, algunos de los cuáles (como las auroras polares o el rayo verde) no contaban con una explicación científica satisfactoria en el momento en que vieron la luz las novelas.
En un pasaje de “20000 leguas de viaje submarino” (1869), Verne muestra a sus “invitados” (forzosos) del Nautilus una colección de instrumentos, entre los que no faltan un barómetro y un termómetro. Las condiciones meteorológicas adversas reinantes protagonizan las primeras páginas de "La isla misteriosa" (1875). La acción se desarrolla en 1865, en plena Guerra de Secesión Americana, durante el asedio a la ciudad de Richmond, en el estado de Virginia.
Los protagonistas, prisioneros de guerra, consiguen escapar de allí en globo, en medio de una terrible tempestad que les zarandea con violencia por los aires y les arrastra a gran velocidad, a miles de kilómetros de distancia. Verne nos describe con detalle las características de tan excepcional temporal. Sirvan este par de botones de muestra como ejemplo de lo que nos puede deparar una lectura transversal (meteorológica) de las novelas de Verne.