La isla española con un solo habitante y las aguas más azules del mundo

Desconocido para muchos, este pequeño paraíso prácticamente deshabitado está protegido del impacto del turismo de masas. Bajo unas estrictas reglas para garantizar su preservación, solo unas pocas personas pueden visitarlo cada día y únicamente durante cuatro horas.

Las espectaculares aguas turquesas de la isla. Foto: Turismo de Canarias.

España cuenta con un pequeño paraíso desconocido por muchos que es un recordatorio de cómo podría ser el mundo en completa comunión con la naturaleza. Una isla sin coches ni ruido, en la que no existen las prisas y lejos del bullicio de la civilización. Solo mar, viento y tiempo para mirar al horizonte y disfrutar del silencio, solo roto por el rumor de las olas.

Quienes han tenido la fortuna de visitarla brevemente, cuentan que encontraron allí una sensación de paz difícil de olvidar.

Un lugar tranquilo con un solo habitante

En medio del Atlántico, entre las islas canarias de Fuerteventura y Lanzarote, se encuentra la isla de Lobos. Con apenas 4,5 kilómetros cuadrados de superficie, esta joya volcánica está protegida como parque natural desde 1982.

Un número muy limitado de turistas puede visitar la isla de Lobo cada día. Foto: Turismo de Canarias.

Aislada, tranquila y prácticamente virgen, Lobos es un destino único que ofrece una experiencia de desconexión absoluta, donde el azul intenso del mar se funde con los tonos ocres del paisaje volcánico.

La isla, casi salvaje, cuenta con un único habitante permanente: el guarda y vigilante del parque natural, quien se encarga de preservar su delicado ecosistema y controlar el acceso de los visitantes para que su presencia no lo altere.

En Lobos no hay hoteles, tiendas ni restaurantes. Solo unas cuantas casas de pescadores, que se usan esporádicamente como refugios, y un pequeño embarcadero en el Puertito de Lobos, donde algunos visitantes se detienen a contemplar el paisaje o darse un baño.

Un pequeño paraíso con una excepcional biodiversidad

El nombre de la isla proviene de los lobos marinos que solían habitarla en el pasado. A pesar de que ya no están presentes, la isla conserva una biodiversidad extraordinaria. Su territorio es hogar de más de 130 especies de plantas y decenas de aves marinas que encuentran refugio en sus rocas y playas.

La isla de Lobos también es famosa por su impresionante paisaje volcánico, con colinas rojizas y senderos que atraviesan campos de lava solidificada. Existe un sendero circular que permite recorrer la isla pasando por el cono del volcán La Caldera, desde donde se obtiene una vista espectacular del estrecho de La Bocayna y de las islas vecinas.

Las aguas más azules del mundo

Pero si algo queda grabado en la memoria de quienes visitan Lobos, son sus aguas. De un azul tan claro e intenso que parece irreal gracias a las lagunas naturales que se forman entre las rocas volcánicas.

Imagen aérea de la isla de Lobos. Foto: Turismo de Canarias.

Los reflejos del sol sobre el fondo arenoso hacen que el mar aparezca en tonos turquesa y esmeralda, creando un contraste hipnótico con el paisaje árido de la isla.

En particular, la zona de El Puertito es famosa por su laguna cristalina, poco profunda, ideal para relajarse y disfrutar del silencio. También la playa de La Concha, cuya forma semicircular y la protección que le garantiza la bahía contribuyen a la transparencia de sus aguas.

Un entorno especialmente vigilado

El acceso a Lobos está regulado dada su condición de parque natural protegido. Solo se permite la entrada diaria de un número limitado de visitantes, quienes deben gestionar un permiso gratuito con antelación.

Esta medida es imprescindible para proteger la biodiversidad de la isla y evitar el impacto del turismo masivo. Por eso, está prohibido dejar residuos de ningún tipo en el entorno, arrancar ejemplares botánicos o cualquier otro elemento del medio natural, incluidas las piedras (que tampoco pueden amontonarse). También debe respetarse a los animales y no alimentarlos.

A Lobos se puede llegar en barco desde Corralejo, en Fuerteventura, en un trayecto que dura apenas 15 minutos. Una vez allí, los visitantes disponen de unas cuatro horas para explorar la isla antes de regresar.