La ganadora española del premio Goldman para Meteored: "Estamos poniendo en riesgo el futuro de la especie humana"
Fue una lucha de David contra Goliat. Pero nunca desfalleció en el convencimiento de que la naturaleza tiene sus propias leyes que deben respetarse. Su gesta defendiendo la personalidad jurídica del Mar Menor le ha valido el 'Nobel' de Medioambiente.
El Premio Ambiental Goldman, conocido popularmente como el 'Nobel de Medioambiente', tiene este 2024 nombre español. El de Teresa Vicente (Lorca, 1957), directora de la Cátedra de Derechos Humanos y derechos de la Naturaleza en la Universidad de Murcia y profesora titular de Filosofía del Derecho.
Los méritos que le han hecho acreedora de este prestigioso reconocimiento pasan indiscutiblemente por su liderazgo en la Iniciativa Legislativa Popular para dotar de personalidad jurídica al Mar Menor.
Su defensa desde el ámbito del Derecho de este ecosistema vulnerable, maltratado y único, otorga una nueva dimensión al papel de la naturaleza como 'un miembro más de la comunidad de la tierra' y, que por tanto, considera sus espacios como 'sujetos de derechos subjetivos'.
En Meteored charlamos con la que está considerada la 'abogada de la naturaleza' en un momento en que las fuerzas de extrema derecha que se consolidan en Europa engrasan una fuerte ofensiva basada en el negacionismo climático.
Efectivamente, el Mar Menor es un ejemplo de ecosistema que cuenta con la máxima protección regional, estatal e internacional. Está incluido en el Convenio Ramsar o en el de Barcelona; forma parte de la Red Natura 2000… Y, sin embargo, ha estado al borde del colapso.
El problema es que no se ha estado reconociendo a la naturaleza, y en este caso al mar Menor, como una entidad viva que tiene sus propias normas de funcionamiento.
Resultaba paradójico que las empresas estén dotadas de personalidad jurídica, pero no un espacio natural sobre el que se tenía una capacidad de acción ilimitada. Es decir, la laguna era considerada un objeto, por lo que su protección no partía de sus propias necesidades y exigencias, y estaba subordinada al interés de la economía.
Nuestro modelo económico se basa en la explotación de los recursos sin límites, así que era necesario crear una figura más radical que reconociera el derecho del Mar Menor a desarrollar su vida conforme a su propia estructura.
La muerte del Mar Menor se lleva produciendo desde hace 40 años. Pero no fue hasta que vimos las señales evidentes del ecocidio cuando en la sociedad se despertó una nueva conciencia ecológica basada en sentirnos uno con la laguna.
Entonces comienzan a pedirse explicaciones en las plazas ribereñas a políticos y científicos sobre por qué no se había informado antes de las consecuencias del urbanismo desaforado y de los vertidos descontrolados de la ganadería y la agricultura intensiva, que han utilizado el Mar Menor como un vertedero.
Y tuvo que ser el pueblo, con sus 700.000 firmas, la mayoría de la Región de Murcia, la que iniciara el proceso. Personas que se abrazaron al Mar Menor en su grito de muerte para convertirlo en un grito de vida. Justo ahí empezamos a reconocer los derechos de la naturaleza.
A mí me parece que el artículo 6, el que dice que todos somos el Mar Menor, es el artículo más importante de la Ley. Eso que permite que las acciones judiciales en su defensa las puedan ejercitar cualquier persona. El artículo 7 sólo es un recordatorio de que la ley vincula a los poderes públicos.
Creo que lo más importante de esta lucha ha sido que se reconoce que la naturaleza tiene valor por ella misma. El ser humano no la puede regular para que sea conforme a sus propios intereses. Tenemos que respetar la propia ley de la naturaleza. Ese ha sido el salto: pensar que formamos parte de ella y que tenemos que adaptarnos a su propia regulación.
Han sido muchas dificultades. Comenzaron ya nada más terminar la carrera, en 1986, porque en la facultad de Derecho no se podía estudiar nada relacionado con el Medio Ambiente.
Las ciencias sociales estaban separadas de las ciencias naturales, no existía ningún puente, y hasta finales de los noventa no comenzaron a desarrollarse el Derecho medioambiental ni existía el método interdisciplinar.
De hecho, mi tesis doctoral fue la primera que estuvo dirigida por un ecólogo y por un jurista. La frontera epistemológica entre ciencias sociales y ciencias de la naturaleza fue la primera barrera que cayó.
Otra ha sido poder crear un diálogo entre la economía y la ecología. Ahora sabemos que necesitamos un nuevo modelo económico en el que la prioridad sea la justicia social, pero supeditado a la condición limitada de los recursos.
Lo que podemos hacer es empezar a pensar de forma diferente, cambiar la mentalidad. Se está haciendo ya en otras partes del mundo. Ahí tenemos el ejemplo del río Atrato en Colombia y la Sentencia T622 de 2016.
Una lucha de las comunidades étnicas que habitan su cuenca, principalmente de las mujeres, en las que existe una correlación ineludible entre el río y su propia concepción de bienestar. Eso ha tenido como resultado que la Corte Constitucional lo haya reconocido como sujeto de derechos para garantizar su conservación y protección.
Necesitamos que en el debate social se introduzcan las necesidades de la naturaleza, porque estoy convencida de que cuando la sociedad toma conciencia y exige cambios, estos ya no pueden pararse. Y el ejemplo está en la ley que otorga personalidad jurídica al mar Menor.
Son muchas y están todas relacionadas, pero la pérdida de biodiversidad, que no hay forma de pararla, es una locura. También la pérdida de suelo a la que están contribuyendo las renovables. Creo que hay que revisar las soluciones de la transición energética porque en algunos aspectos también están perjudicando el medio natural.
Pero, sobre todo, tenemos que reducir el consumo. Ahí tenemos que aprender cómo funcionan los ecosistemas, en los que los organismos que lo componen cogen solo la energía necesaria para vivir. Nosotros hacemos todo lo contrario.
No podemos seguir funcionando bajo la premisa de la energía sin límites. Tenemos que moderar nuestro consumo energético para que el planeta pueda sobrevivir.
Por eso me preocupan esas nuevas soluciones de la transición energética, que quiere mantener el mismo nivel de consumo, en vez de adaptarlo al ecosistema en el que vivimos. Todo está relacionado, y al romper la habitabilidad del planeta, estamos poniendo en riesgo el futuro de la especie humana.