La ermita de Cantabria incrustada en un acantilado que ha resistido durante siglos el azote del mar
Erigida en el siglo XVI en una cueva con vistas al mar Cantábrico, esta ermita cántabra ha requerido varias restauraciones debido a los estragos causados por las tempestades costeras.
Cantabria es un auténtico paraíso natural repleto de montañas, prados infinitos y pintorescos pueblos de origen medieval. Este rincón de España ofrece tantos lugares cautivadores que siempre hay algo nuevo y especial por descubrir. Por eso todavía existen rincones escondidos, llenos de encanto y ajenos a las guías tradicionales, que merecen ser visitados.
Estos sitios menos conocidos brindan experiencias inolvidables, y nos ofrecen paisajes que inspiran, perfectos para ser explorados al menos una vez en la vida. Y, más allá de los destinos habituales, es imprescindible descubrir un tesoro único en Cantabria: la ermita de Santa Justa, enclavada en una pared rocosa de un acantilado sobre el mar.
Esta ermita tan especial, cuyo nombre lleva también la playa cercana, se halla a escasos metros de la costa, en Ubiarco, una bella localidad cántabra. La ermita de Santa Justa se encuentra en un entorno privilegiado que combina la belleza natural con la exposición a los vientos y las olas del Cantábrico, que en los días de temporal representan un constante desafío.
Historia de la ermita de Santa Justa
Para descubrir el origen de la ermita de Santa Justa debemos retroceder al siglo III y desplazarnos hasta la ciudad de Sevilla, donde vivieron las hermanas Justa y Rufina. Estas jóvenes alfareras, entregadas al cristianismo, sufrieron una cruel persecución y finalmente fueron martirizadas por su fe. Justa fue la primera en padecer el tormento, seguida poco después por Rufina, en un trágico episodio ocurrido entre el 17 y el 19 de julio en la antigua Hispalis.
Con el paso de los siglos, Santa Justa y Santa Rufina se convirtieron en figuras veneradas. Su memoria perdura en el pueblo cántabro de Ubiarco cada 19 de julio, cuando la imagen de la Virgen, bajo cuya advocación se consagró la ermita, es llevada en procesión. Esta devoción también se celebra con la festividad de Santa Justa la Grande, el lunes siguiente a Pentecostés, normalmente a finales de mayo.
Dentro de la ermita, el ambiente es sombrío, con paredes húmedas y un diseño muy sencillo. Un único farol ilumina el pequeño espacio, que parece haber resistido el paso del tiempo sin apenas alteraciones. Desde el interior, el eco del mar contra las rocas resuena, y es imposible no maravillarse de cómo esta ermita ha perdurado a pesar de la fuerza constante del mar Cantábrico.
La impresionante ubicación de la ermita de Santa Justa
Edificada en el siglo XVI dentro de una cueva natural en lo alto de un acantilado, la ermita de Santa Justa ya se contempla desde lejos, mientras se recorren las verdes llanuras en dirección a la playa, enclavada entre abruptos acantilados. Parece fundirse con la roca, como si formara parte de la montaña misma, la cual está coronada por los restos de la Torre de San Telmo, una antigua torre de vigilancia del siglo XIV.
Este singular santuario, parcialmente excavado en la roca, se integra de forma armoniosa con el paisaje que lo rodea. A pesar de su constante exposición al poderoso oleaje y viento del Cantábrico, ha sobrevivido a través de los siglos, testimonio de la pericia y el esfuerzo de sus creadores. Aunque su estructura actual data del siglo XVI, existen registros de una ermita anterior del siglo XII, que se construyó para albergar las reliquias de las santas Justa y Rufina.
La ermita de Santa Justa ha sido un lugar de peregrinación a lo largo de varias generaciones. Por su vinculación a estas reliquias sagradas y su ubicación en el Camino del Norte a su paso por Cantabria, ha atraído a numerosos viajeros y devotos que buscan explorar su historia y espiritualidad.