La dolorosa factura de los desastres naturales
Con motivo del Día Internacional para la Reducción de los Desastres, que se celebra este 13 de octubre de 2019, desde Naciones Unidas se incide en garantizar la resistencia de hospitales y escuelas para reducir los riesgos asociados a desastres naturales como terremotos o inundaciones catastróficas.
Los seres humanos sufrimos periódicamente los impactos de los desastres naturales, tales como terremotos, inundaciones catastróficas, erupciones volcánicas, sequías o incendios forestales, entre otros. Siempre ha sido así, aunque, el número, la magnitud de los mismos y su coste económico se ha disparado enormemente en las últimas décadas, en gran medida por la manera en que hemos crecido como civilización, ocupando cada vez más zonas vulnerables a padecer las dramáticas consecuencias de las catástrofes. Esa manera atropellada y anárquica de ocupar el territorio y desafiar a la naturaleza, no es la única causa que explica el mayor número de desastres naturales –muchos de ellos hidrometeorológicos– en la actualidad que en el pasado.
El crecimiento de la población es uno de los factores que está provocando que hoy en día haya más desastres que nos afecten de lleno que antiguamente. No solo somos muchas más personas en el mundo, sino que –por lo que apuntábamos antes– hay una tendencia creciente a concentrarnos en grandes ciudades (a mediados de siglo, 2 de cada 3 individuos vivirán en una ciudad), muchas de las cuáles se localizan en lugares de elevada vulnerabilidad. Otro factor a tener en cuenta es el hecho de que vivimos en una sociedad conectada digitalmente y hoy en día no hay desastre natural que se escape a las redes de comunicación. Nos enteramos de todo lo que pasa en el mundo y al instante. Si hoy en día se producen al año del orden de 300 desastres naturales, nos llega –aunque sea en modo flash– información de todos ellos, algo que antiguamente no era así, pues apenas transcendían las noticias de los desastres que ocurrían en lugares lejanos.
Por lo que acabamos de comentar, podríamos pensar que el aumento en el número de desastres naturales es de alguna forma ficticio y no obedece a una causa natural. Esto, por las razones esgrimidas, es en parte verdad, pero solo en parte, ya que ha entrado en escena un nuevo factor que está contribuyendo a aumentar los desastres de tipo hidrometeorológico, que son, con diferencia, los más numerosos y costosos; nos estamos refiriendo al cambio climático. Su evolución nos está obligando a adoptar de forma rápida medidas de adaptación, mitigación y resiliencia, destinadas a reducir sus impactos, y a la vista de las estadísticas (ver la figura anexa), sí que parece que se están consiguiendo algunos resultados positivos, que discurren por la senda correcta.
La manera en que se empezaron a disparar los desastres naturales de tipo hidrometeorológico a partir de los años 90 y, sobre todo, en la primera década del presente siglo, obligó a mover ficha a Naciones Unidas y a poner en marcha una serie de acciones destinadas a concienciar a los distintos gobiernos y a la población para que se tomaran medidas encaminadas a minimizar los riesgos asociados a los inevitables desastres, de manera que la factura –tanto en costes económicos como de vidas– no nos saliera tan cara. El 21 de diciembre de 2009, en la 66ª sesión plenaria de la Asamblea General de las Naciones Unidas se aprobó una resolución en la que se exponía la preocupación por lo que estaba ocurriendo y se planteaba una estrategia. En dicha resolución se fijaba el 13 de octubre como el Día Internacional para la Reducción de los Desastres.
Al igual que ha pasado en años anteriores, el día conmemorativo de 2019 se centra en uno de los objetivos del llamado Marco de Sendai, concretamente el que dice lo siguiente: “Reducir considerablemente los daños causados por los desastres en las infraestructuras vitales y la interrupción de los servicios básicos, como las instalaciones de salud y educativas, incluso desarrollando su resiliencia para 2030.” Este objetivo es particularmente importante si pensamos en terremotos o en grandes inundaciones, ya que tanto las escuelas como los hospitales se convierten en centros neurálgicos en situaciones de crisis, lo que exige que estén particularmente bien construidos, de manera que su resistencia y durabilidad esté garantizada en la mayoría de los casos.
La conclusión es clara: se debe de reducir el riesgo existente y aumentar la resiliencia. A pesar de los progresos que se han ido produciendo, queda todavía un largo camino por recorrer, que pasar por tener un mejor conocimiento de dónde invertir los mayores recursos y cómo debemos actuar en el marco actual de emergencia climática.