Evento Carrington, ¿podríamos sobrevivir a una megatormenta solar hoy en día?
El ciclo solar comienza en breve su fase de máxima actividad, que vendrá acompañado de llamaradas solares y de amenazantes eyecciones de masa coronal. Fenómenos que pueden desencadenar eventos catastróficos para la humanidad, hoy absolutamente dependiente de la tecnología.
Las estrellas pasan por ciclos que determinan cambios en su actividad magnética y en la emisión de radiación. También le ocurre a nuestro Sol. Se conoce como Ciclo Solar de Schwabe y tiene una duración aproximada de 11 años.
Durante el ciclo solar, la cantidad de manchas solares (áreas más oscuras que están asociadas con una actividad magnética intensa) en la superficie del Sol varía. En el máximo solar, hay un mayor número de manchas solares, y en el mínimo solar, su número disminuye.
El ciclo solar actual comenzó en 2019, que coincide con un mínimo solar. Así que las previsiones apuntan a que el máximo tendrá lugar alrededor de 2025. Entonces, las manchas solares aumentarán y se producirán otros fenómenos, como las llamaradas solares y las eyecciones de masa coronal (EMC).
El origen de las tormentas geomagnéticas.
Las EMC son eventos explosivos en el Sol que conllevan la liberación de enormes cantidades de materia y energía desde la corona solar, que es la capa externa más caliente de la atmósfera del Sol. Estas eyecciones de masa coronal consisten principalmente en plasma solar altamente ionizado y campos magnéticos.
Mientras que las llamaradas solares, que son explosiones repentinas de luz y energía en la atmósfera del Sol, duran minutos, las EMC pueden prolongarse durante días, e implican la expulsión de una gran cantidad de material coronal hacia el espacio.
Cuando la magnetosfera de la Tierra, la región del espacio controlada por el campo magnético terrestre, es perturbada significativamente por la llegada de partículas solares, se produce lo que conocemos como tormenta geomagnética.
¿Cuáles son los efectos de las EMC en la Tierra?
Las partículas cargadas de una EMC pueden alcanzar la atmósfera superior de nuestro planeta en menos de 24 horas. Al colisionar y mezclarse con la magnetosfera de la Tierra, se producen esos bellos eventos conocidos como auroras boreales (hemisferio norte) o australes (hemisferio sur). El color de las olas que surcan el cielo dependerá del tipo de partículas que interactúan con la atmósfera (oxígeno o nitrógeno).
Pero las tormentas geomagnéticas que generan las EMC también tienen consecuencias adversas: pueden afectar las comunicaciones por radio, los sistemas de navegación por satélite y las redes eléctricas.
En casos extremos, las EMC pueden llegar a dañar satélites en órbita, interferir en la operación de sistemas de posicionamiento global (GPS) y generar corrientes inducidas en sistemas eléctricos en la Tierra.
¿Qué ocurrió en el Evento Carrington?
El 1 de septiembre de 1859, el astrónomo británico Richard Carrington, observó una intensa llamarada solar a través de su telescopio. Esa explosión fue seguida por una EMC que expulsó una gran cantidad de partículas cargadas y campos magnéticos que solo tardó 17 horas en alcanzar la Tierra.
Las consecuencias del Evento Carrington, considerada una de los más intensos registrados en la historia, fueron notables. Las auroras boreales y australes, normalmente reducidas a latitudes polares, fueron visibles en latitudes mucho más bajas, incluso cerca del ecuador. Testimonios históricos informaron de impresionantes y coloridas auroras que iluminaron los cielos nocturnos en diversas partes del mundo.
Pero es que, además, el sistema de telegrafía, que era la tecnología de comunicación de la época, experimentó mal funcionamiento e interrupciones. En algunos casos, los operadores de telegrafía informarán de chispas eléctricas, mientras que otros podrán enviar y recibir mensajes sin necesidad de alimentación eléctrica, debido a la actividad geomagnética.
¿Qué consecuencias tendría una megatormenta solar en el siglo XXI?
Hoy en día, un evento similar podría tener impactos mucho más significativos en nuestras vidas, absolutamente dependientes de las nuevas tecnologías. Estos son los más previsibles.
Caída de internet
Aunque las conexiones terrestres formadas por fibra óptica podrían aguantar bien perturbaciones electromagnéticas, los cables submarinos, que conectan continentes y transportan una descomunal cantidad de datos, son más vulnerables. Si esta red cayera, algunos países quedarían aislados de otros.
Daños en las redes eléctricas
Las corrientes inducidas por la actividad geomagnética podrían afectar las redes eléctricas, provocando daños en transformadores y otros equipos eléctricos. En casos extremos, podrían ocurrir apagones generalizados que podrían durar meses y daños a largo plazo en infraestructuras eléctricas.
Interferencias en las comunicaciones
También pueden causar interferencias en las señales de radio de alta frecuencia, afectando las comunicaciones de radio a larga distancia y sistemas de navegación por satélite. Esto podría afectar las operaciones de aviación y la navegación marítima.
Impacto en equipos electrónicos
La materia expulsada por el Sol podría afectar a satélites, estaciones espaciales y otros equipos electrónicos en órbita. Los sistemas de navegación por satélite, como el GPS, podrían verse afectados. También podrían producirse impactos en aviones que vuelan a altitudes elevadas.
Efectos en el cuerpo humano
Las tormentas solares también pueden alterar los campos magnéticos que existen alrededor de los seres humanos. Según la revista New Scientist, los efectos a nivel físico-celular y en el sistema nervioso central, se traducirían en mareos, cansancio y dolores de cabeza.
Anticiparse a estos eventos resulta crucial
Aunque es poco probable que una megatormenta solar constituya una amenaza para la supervivencia del planeta (la mayor que ha sido documentada ocurrió hace 14300 años), sus efectos sobre tecnologías críticas sí podrían tener consecuencias significativas.
Por ello, resulta crucial aumentar la capacidad de anticipación y respuesta a eventos solares extremos. Los sistemas de alerta temprana, la monitorización del clima espacial y los planes de contingencia podrían ayudar a reducir el impacto de una nueva megatormenta solar.