En los museos también hay playa: estos son algunos de los cuadros veraniegos más famosos
Las playas con los bañistas son un tema recurrente en la pintura de paisaje. Algunas de las más conocidas son las que pintaron algunos artistas tan conocidos como Sorolla o Boudin.
Las playas son uno de los lugares elegidos por muchas personas para disfrutar de sus vacaciones. Estar a la orilla del mar es una forma de combatir los fuertes calores estivales, gracias al poder refrescante de la brisa y a la posibilidad de bañarse. Las playas son un lugar de reunión, familiar, muy concurrido durante los meses de verano, y se da en ellas una combinación de elementos irresistibles para los pintores.
Las escenas de playa han quedado inmortalizadas en multitud de cuadros, algunos de ellos muy conocidos, que están expuestos por museos y galerías de arte de todo el mundo. Tanto las variopintas situaciones que se producen entre los bañistas, como los elementos cambiantes que dominan en esas escenas; el estado del mar, el cielo y los complejos juegos de luz y de sombras que se producen, suponen un reto para los paisajistas, que en la mayoría de los casos superan con brillantez.
Si pensamos en cuadros de playas, nos vienen inmediatamente a la cabeza los que pintó con maestría Joaquín Sorolla (1863-1923), en los que el tratamiento de la luz es difícilmente superable. Muestran escenas alegres, donde no faltan niños felices jugando en la orilla, junto a sus madres o amas de cría, bañistas y pescadores. De la larga producción de Sorolla sobre esta temática hemos seleccionado un cuadro que conjuga todos esos elementos comentados: La playa de Valencia con luz de mañana.
El cuadro fue pintado en 1908. Aquel verano Sorolla y su familia lo pasaron en la playa de Valencia y en él destacan, por un lado, los reflejos del agua que llega a la orilla de la playa, que actúa como un espejo. Los cuerpos mojados y desnudos de los niños son otro de los elementos recurrentes, que el artista pintó aquel verano y algunos otros que visitó otras playas valencianas. En este lienzo también aparecen dos barcas de pescadores, con sus respectivas velas desplegadas e hinchadas por efecto de la brisa, las olas rompiendo cerca de la orilla y los bañistas. Una maravillosa estampa de playa.
Una playa como última vivencia
Detengámonos ahora en Playa de Portici. Se trata del último cuadro (inacabado) que pintó Mariano Fortuny (1838-1874), poco antes de fallecer en Roma, el 21 de noviembre de 1874. Entre julio y octubre de aquel año, Fortuny estuvo disfrutando con la familia de un merecido descanso en la pequeña localidad italiana de Portici, próxima a Nápoles, a los pies del Vesubio.
Este lienzo, que el autor pensaba titular Villeggiatura (Veraneo), es una buena muestra del virtuosismo técnico del que hizo gala el joven pintor, si bien presenta algunos elementos novedosos, como el propio motivo de la obra (un paisaje con mar) o la luminosidad que emana de ella.
El interés que puso el pintor por captar la luz en este paisaje mediterráneo se convirtió en una obsesión. A Fortuny le entusiasmó el lugar elegido para pasar esas largas vacaciones, quedando prendado del luminoso paisaje. Vemos un cielo de intenso color azul con las típicas nubes de algodón que surgen en el cielo muchos días de verano. Se trata de pequeños cúmulos ligeramente fracturados.
Esas nubes que aparecen como consecuencia de las térmicas (corrientes de aire caliente) que ascienden desde el suelo cuando este se calienta, lo que ocurre preferentemente durante el período estival. El conjunto de nubecitas da a la composición un toque alegre. De alguna manera están reflejando la alegría y la inyección de vitalidad que experimentó el propio Fortuny durante las que serían sus últimas vacaciones.
Día de playa en Normandía
El tercer y último cuadro de una playa que hemos seleccionado en este breve recorrido es una magnífica muestra de la pintura impresionista, que viene de la mano del paisajista francés Eùgene Boudin (1824-1898). Muchas de sus pinturas sobresalen por los cielos y por las formaciones nubosas contenidas en ellos. Boudin fue un pionero de la pintura al aire libre en Francia y precursor del movimiento impresionista. En palabras suyas: “Todo lo que esté pintado directamente y sobre el terreno, tendrá una fuerza, una potencia, una vivacidad que no se encuentran en el taller”.
En La playa de Tourgéville-les-Sablons (1893) el cielo roba protagonismo al mar, ocupando dos tercios de las dimensiones verticales del lienzo, al más puro estilo de los paisajistas holandeses del siglo XVII. Otro de los puntos fuertes de Boudin fue su dominio del tratamiento de la luz en los cuadros, ejecutando magistralmente las sombras de las nubes y los reflejos en el agua.
Con sus características pinceladas muy sueltas, fruto de la rapidez con la que ejecutaba las obras, captó la esencia de las formas nubosas, de la cambiante superficie del mar y de los constantes juegos de luces y sombras que nos regala la Naturaleza.
A Boudin llegaron a acusarle de no rematar los cuadros; él se defendía diciendo que el acabado perfecto de un cuadro terminaba con la espontaneidad, aparte de que, para él, era el conjunto de la obra y no el nivel de detalle de cada elemento, lo que transmitía las impresiones y sensaciones al espectador.
Las nubes que pinta Boudin en La playa de Tourgéville-les Sablons son cúmulos de cierto desarrollo, que identificamos con Cumulus mediocris, de mayor tamaño y aspecto más grisáceo que los cúmulos más pequeños (de la especie humilis) que Fortuny introdujo en su Playa de Portici, a los que nos referimos como nubes de algodón, por su blancura.