En España llueve muy poco y otros mitos. Veamos qué dice la ciencia
Las anomalías de precipitación y temperatura de este año han reavivado muchos mitos meteorológicos y climatológicos de la Península Ibérica. No obstante, algunas evidencias sobre nuestro clima te sorprenderán. ¡Descúbrelas con nosotros!
Con la situación vivida a lo largo de este 2022 y con perspectivas de que un intenso bloqueo anticiclónico frene el avance de las borrascas en Europa, no son pocos quienes se preguntan el porqué de estos anticiclones tan frecuentes. Con razón, se puede llegar a pensar que un territorio rodeado de mares relativamente templados como es la Península Ibérica, debería ser lluvioso. Y la realidad es que lo es.
En ciertas zonas del oeste de Galicia, toda la vertiente Cantábrica, el Sistema Central, los Pirineos o la Sierra de Grazalema, las lluvias son muy abundantes, con precipitaciones medias anuales que alcanzan o exceden los 1500 l/m². Esto supone más del doble de lo que cae anualmente en ciudades como Londres, Oslo o Dublín.
Incluso se está comprobando que en algunos de estos puntos es relativamente probable superar los 3000 l/m² en un solo año favorable, algo imposible de ver en el resto de Europa, a excepción de las zonas montañosas de Escocia, Irlanda, Noruega y los sectores más lluviosos de los Alpes centrales y orientales. Así se ha demostrado en un reciente estudio publicado con datos de la Sierra de Gredos, en Ávila.
Como consecuencia de esto, cabe esperar que los ríos de la Península Ibérica sean relativamente importantes. De hecho, el caudal de ríos como el Tajo, el Ebro o el Duero, con medias de entre 400 y 800 m³/s es comparable o incluso superior al del Sena, el Garona o el Támesis. Este último, con 66 m³/s, lleva un caudal medio comparable al del río Júcar y algo menos que el Pisuerga.
Por tanto, se puede concluir diciendo que no es correcto que la Península Ibérica sea seca ni falte el agua (al margen de cómo se gestione). Sin embargo, sí que hay que puntualizar algo importante: las precipitaciones son irregulares y no están uniformemente distribuidas, existiendo amplias zonas semiáridas en la mitad oriental.
Sin embargo, las responsables de esto no son las borrascas ni el anticiclón, sino nuestras cordilleras. Son las más altas del oeste de Europa, con la única excepción de los Alpes, y el efecto foehn que producen a sotavento es muy importante. Actúan de importantes barreras y separan distintos tipos y subtipos de clima dentro de nuestro territorio.
Pero... ¿existe un "escudo anti borrascas"?
Para hablar de esto tendremos que recurrir a los apuntes básicos de los que deberemos disponer si queremos entender cómo funciona la circulación atmosférica general. Moviéndonos del ecuador a los polos, encontramos diferentes sectores separados por áreas de convergencias y ascensos de aire, donde predomina la nubosidad y las precipitaciones y otros con subsidencias que impiden el desarrollo nuboso y donde predominan las altas presiones en superficie.
La Península Ibérica se encuentra justo al norte de la confluencia de las células de Hadley y Ferrel, por lo que está próxima a un área de subsidencia y por tanto al cinturón de altas presiones subtropical. No nos encontramos justo en ella, puesto que en ese caso la ausencia de precipitaciones sería significativa, como ocurre en el Sáhara, pero sí lo suficientemente cerca como para que se produzca una marcada sequía estival y las precipitaciones sean más irregulares que en el norte de Europa.
La latitud influye. ¿Y la longitud?
También tiene que ver la posición con respecto a los continentes. Dado que la Tierra tiene masas continentales, su circulación no es tan uniforme como la que podríamos encontrar en un gigante gaseoso como Júpiter, con corrientes en chorro paralelas y sin apenas ondas.
En la Tierra, las zonas con mayores gradientes térmicos se sitúan al este de los continentes, allí el chorro polar desciende, mientras que al oeste de los mismos, como pasa en la Península Ibérica, asciende favoreciendo la presencia de las altas presiones. Por esta razón el clima de la costa este de Norteamérica se parece más al de Japón, pese a estar en la otra punta del mundo, que al nuestro.
¿Puede el ser humano cambiar esto?
En el ámbito meteorológico, rotundamente no. Es imposible básicamente por dos razones: en primer lugar, la modificación de un sistema meteorológico requiere de una actuación rápida y muy contundente, lo que significa mover cantidades ingentes de energía.
Solo una borrasca promedio puede mover en cuestión de pocas horas cantidades de energía del orden de PWh (petavatios hora) o lo que es lo mismo, del orden de gigatones de TNT. Esto es miles de veces superior a la potencia energética mundial, de modo que queda totalmente fuera de nuestro alcance.
En segundo lugar, aunque dispusiéramos de los medios para controlar estas enormes cantidades de energía, no podemos perder de vista el hecho de que no podemos predecir una borrasca a más de una semana o una tormenta a más de unas horas. En definitiva, si pudiésemos alterar su comportamiento, nos sería imposible predecir sus consecuencias y por tanto lo haríamos de forma completamente descontrolada.
No ocurre lo mismo con el clima. En este caso, la actividad humana a lo largo de muchas décadas puede contribuir a alterar progresivamente las condiciones climáticas globales. Eso sí, de forma totalmente descontrolada y con consecuencias locales difícilmente predecibles y potencialmente adversas, que actualmente suponen uno de los principales frentes de investigación abiertos en el ámbito de la climatología.