#WorldMetDay: el Sol, la Tierra y el tiempo
¡Hoy es el Día Meteorológico Mundial! Y tiene un lema especial: la relación entre nuestro astro rey y la Tierra, con su influencia en la meteorología. Te contamos todos los detalles.
El Sol es una esfera casi perfecta de plasma. Está formado prácticamente en sus tres cuartas partes de su masa por hidrógeno. El resto principalmente es helio, con cantidades mucho más pequeñas de otros elementos.
Daré unos datos de nuestra estrella para que nos demos cuenta de su poder. Ella sola representa alrededor del 99,85% de la masa total del sistema solar, se formó hace unos 4.500 millones de años, está a casi 150 millones de kilómetros de nuestro planeta, tiene un diámetro 109 veces el de la Tierra y una temperatura en su núcleo de 15 millones de grados Centígrados. Su superficie, la parte que vemos, ¡está a tan “solo” unos 5.500 ºC! Por ejemplo, el hierro funde a unos 1.400 o 1.500 ºC.
Esta fuente permanente de luz y calor es la que permite la existencia de la vida en la Tierra. El Sol origina la fotosíntesis y el ciclo hidrológico al producir la evaporación constante del agua, que llega a la atmósfera para volver después a la Tierra y mantener la vida en todo su esplendor.
El ciclo solar
Una de las representaciones de la actividad del Sol son las manchas solares, zonas de la superficie solar con una temperatura más baja que sus alrededores. El número de Wolf mide el número y el tamaño de las manchas, comprobándose que se produce un aumento y un decrecimiento con arreglo a ciclos de 11 años. Al final de uno de ellos la polaridad del Sol se invierte, por lo que podemos considerar que el período magnético de nuestra estrella es de 22 años.
El aumento de la actividad magnética del Sol puede causar erupciones solares, eyecciones de masa coronal y otros fenómenos electromagnéticos de gran alcance. Por ejemplo las auroras, boreales en el hemisferio norte y las australes en el sur, son manifestaciones visibles de esta actividad. Siendo una de las más recordadas la que se produjo en 1859 cuando una poderosa erupción solar interrumpió el servicio telegráfico en todo el hemisferio norte de la Tierra y las auroras boreales se pudieron observar en ciudades tan al sur como La Habana o Roma.
Relación entre el Sol y el clima terrestre
Está claro que con un compañero tan poderoso, la Meteorología y el Clima de nuestro planeta se ven afectados por sus variaciones. En el corto plazo temporal se han efectuado intentos de relacionar el ciclo de 11 años de las manchas solares con fenómenos periódicos en la Tierra, como periodos de inundaciones o sequías, aunque sin encontrar una correlación clara.
Considerando un plazo medio, sí que parece que ligeras variaciones del flujo de energía total emitido por el Sol y las tremendas perturbaciones magnéticas podrían afectar a la parte superior de nuestra atmósfera y, por tanto, influir en el clima terrestre.
Y ya para períodos mucho mayores de tiempo hay que tener en consideración, los ciclos de larga duración relacionados con la órbita de la Tierra son capaces de producir ciertas oscilaciones en la radicación solar y, a su vez, provocan fluctuaciones climáticas que pueden tener efectos drásticos en zonas de nuestro planeta. Por ejemplo, ayudando al auge o a la caída de imperios, caso del Período Cálido Romano, con máximo hacia el año 400 d.C. Poco después los inviernos se fueron haciendo cada vez más crudos, como el que hubo a finales del año 406 de nuestra era, cuando las temperaturas descendieron tanto que se congelaron las aguas del río Rhin entre las ciudades actuales de Maguncia y de Estrasburgo, situadas a unos 200 km de distancia, provocando la entrada masiva de los pueblos bárbaros y la caída final del imperio romano.
El Sol y el cambio climático
Ya sabemos que el Sol es el motor de nuestro planeta, el cual está rodeado de una envoltura gaseosa, la atmósfera, que nos sirve de protección con la capa de ozono para evitar que las radiaciones dañinas del Sol alcancen la superficie terrestre. Además, se produce en su seno el balance radiativo que logra un “efecto invernadero natural”, gracias al cual la temperatura media de la Tierra es de unos 14 ºC y no los -18 ºC que le corresponderían si no tuviéramos atmósfera.
Como sabemos, uno de los gases más importantes para el efecto invernadero es el dióxido de carbono, gas que está creciendo sin cesar por las emisiones humanas a la atmósfera y que es el causante del aumento del forzamiento radiativo, que a su vez provoca un calentamiento del clima.
Mientras que las fluctuaciones climáticas naturales se producen a lo largo de milenios, las producidas por la actividad humana se están desarrollando en pocos centenares de años y esta rapidez sin precedentes es la que va a dificultar la adaptación de los ecosistemas a las nuevas condiciones.
Desde la segunda mitad del siglo XIX la temperatura mundial se calcula que se ha incrementado en 1 ºC. ¿Una de las consecuencias más alarmantes? Los polos de nuestro planeta se están derritiendo, lo que provoca un aumento del nivel del mar y que a su vez los fenómenos meteorológicos violentos sean cada vez más extremos.
Si las mediciones de los satélites que vigilan continuamente al Sol nos indican que su producción de energía no ha aumentado y usando una frase de sir Arthur Conan Doyle: "Cuando se ha eliminado todo lo que es imposible, lo que queda, por improbable que parezca, debe ser la verdad", está claro que el cambio climático está relacionado con la actividad humana. En nuestras manos está el poner freno a esta situación para intentar dejar a nuestros hijos un planeta lo más habitable posible.