El problema que no te están contando sobre los tapones 'pegados' a las botellas

Odiados por unos, aceptados por otros como medida para luchar contra su dispersión en el medio natural, el nuevo sistema de cierre de botellas y bricks es la comidilla... Pero hay otros inconvenientes, además de los relacionados con su funcionalidad.

La medida de unir los tapones a los envases plásticos ha creado controversia social, pero también supone otros desafíos.

Según datos de Eurostat, el servicio de estudios estadísticos de la Comisión Europea, en Europa se producen anualmente más de 16 millones de toneladas de residuos plásticos, de los que se reciclan poco más del 40% (y hay estudios que apuntan que esa cifra es mucho menor).

Cada habitante de la UE genera una media de 36,1 kg de envases de plástico al año, y gran parte de ese volumen se pierde a lo largo de la cadena de gestión de residuos.

Fundamentalmente los tapones sueltos, que suponen, por ejemplo, el 6% de los residuos que se encuentran en las playas del Viejo Continente y que tardan años en degradarse.

Por eso, desde el pasado 3 de julio, todos los tapones de botellas o tetrabriks de hasta tres litros deben estar conectados de manera permanente a sus envases. La funcionalidad de la medida ha suscitado críticas entre los consumidores: que si el tapón araña la nariz al beber, que si no cierra bien, que si hace que la leche se derrame...

Las redes sociales no han tardado en llenarse de opiniones y teorías de la conspiración sobre el “drama” de los tapones adheridos al envase. Pero, al margen de estas polémicas, ¿qué está fallando en el nuevo sistema que no nos están contando?

¿Por qué los tapones vienen ahora unidos a las botellas?

La medida da cumplimiento a la Ley 7/2022 sobre residuos y suelos contaminados para una economía circular. A su vez, esta norma estatal viene impuesta por la Directiva (UE) 2019/904, aprobada por el Parlamento Europeo y el Consejo de Europa.

La intención es que el nuevo “ecodiseño” de los envases de plástico de un solo uso reduzca considerablemente la dispersión en el medio ambiente de los tapones y tapas de plástico.

Baste un ejemplo: el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente calcula que, sólo en España, se tiran más de 126 toneladas diarias de plásticos al mar. Casi 46.000 toneladas al año. Esto en un país que es líder europeo en el sector pesquero y que ha hecho del turismo uno de los puntales de su economía.

Hay un problema grave en el proceso de reciclado

Pero volvamos al tema que nos ocupa. Para arrojar luz sobre el asunto de los tapones fijados, es necesario conocer la estructura de una sencilla botella de plástico de las que existen en cualquier hogar.

La mayoría están fabricadas con Polyethylene Terephthalate, que el común de los mortales conocemos como PET. Se trata de un polímero plástico ligero, de gran transparencia, muy resistente al impacto y las roturas, apto para uso alimentario y altamente reciclable.

Sin embargo, los tapones suelen estar hechos con otros tipos de plástico, normalmente de PEHD (polietileno de alta densidad) o de PP (polipropileno). Y aunque todos son polímeros plásticos, no se pueden reciclar juntos. Si se hiciera, el material obtenido sería una mezcla de muy bajo valor con aplicaciones muy limitadas.

Así que este formato de envases al que obliga la directiva comunitaria supone ahora añadir una nueva fase al reciclado: la de la separación de los tapones del cuerpo de las botellas en las plantas de gestión de residuos.

Posibles soluciones al drama de los tapones

Para evitar tener que separar los tapones de las botellas durante el proceso de reciclado, una de las alternativas pasa por fabricarlos del mismo material, esto es de PET.

Pero esta solución no es tan fácil como parece, porque las poliolefinas como el PEHD y el PP cuentan con características que permiten crear la rosca de la tapa para mantener el recipiente sellado, algo más complicado de hacer con el PET.

En el caso de los briks, podría volverse al sistema tradicional, aquel en que no era necesario el tapón porque bastaba con abrir el envase cortando por una de las esquinas. Pero, seamos realistas, pocas empresas apostarían por una vuelta al pasado que implica obligar a los consumidores a renunciar a la comodidad excesiva a la que nos han acostumbrado.

Finalmente, siempre hay opciones para quienes deciden comprometerse en su día a día con la salud, cada vez más amenazada, de nuestro planeta: beber agua del grifo. Una alternativa más barata, siempre disponible e infinitamente más sostenible.

Porque, en cualquier caso, y tal y como señalan organizaciones ecologistas y expertos en Medio Ambiente, los "tapones unidos" pueden generar un efecto perverso: hacer creer a la ciudadanía que son la solución al problema de la dispersión del plástico, cuando el enfoque debería ser reducir el número de botellas que compramos.