El principio del año en el refranero
Con la llegada del Año Nuevo la actividad agrícola está casi parada. En función del tiempo dominante en enero, las gentes del campo vaticinan cómo será el año, lo que queda reflejado en el refranero meteorológico.
La llegada de un nuevo año es uno de los momentos más singulares del paso del tiempo, comparable al día de nuestro cumpleaños. Sus celebraciones cuentan ya con una larga tradición, que se remonta muy atrás en la historia. Aunque los ritos y las costumbres cambian de unos lugares a otros, su carácter festivo es universal. Nadie es ajeno a la Nochevieja y el Año Nuevo y todo lo que acontece antes y después de las famosas doce campanadas forma parte de nuestras vidas. Es un momento compartido por muchos con nuestros seres queridos, en el que hacemos balance del año que queda atrás y deseamos lo mejor para el entrante.
El Año Nuevo no siempre fue el 1 de enero
No hace falta saber mucho latín ni ser muy sagaz para darnos cuenta de que septiembre (septembris) hace referencia al mes séptimo, octubre (octobris) al octavo, noviembre (novembris) al noveno y diciembre (decembris) al décimo. Así las cosas, no nos salen las cuentas. Los doce meses en que dividimos el año colocan al mes de septiembre en noveno lugar, desplazando también dos posiciones hacia adelante a los últimos tres meses del año. El antiguo calendario romano tiene la respuesta, ya que estaba dividido en diez meses, regidos según el ciclo mensual lunar.
Inicialmente no había enero ni febrero. El año comenzaba en marzo (mes dedicado a Marte) y terminaba en diciembre. No se computaban ni enero ni febrero, aunque ese periodo de tiempo existía. La ausencia de actividad agrícola en invierno justificaba esa especie de pausa en el calendario. En tiempos del emperador Julio César (siglo I a. C.) se reformó el calendario (juliano) y se incorporaron los meses de enero (en honor al dios Jano) y febrero.
Tras la caída del Imperio Romano de Occidente, en el siglo V, la expansión alcanzada por el Cristianismo forzó un nuevo cambio en la fecha en la que comenzaba el año, cambiando el 1 de enero (fecha elegida en época pagana) por el 25 de marzo, que conmemora la anunciación del arcángel Gabriel a la Virgen María. Finalmente, en el siglo XVI, el Papa Gregorio XIII restableció el 1 de enero como Año Nuevo, ajustando el nuevo calendario (gregoriano), que es el que seguimos empleando.
Vaticinios meteorológicos a comienzos de año
Al finalizar el año, aparte de pedir buenos deseos para el siguiente, no faltan los vaticinios meteorológicos, tanto basados en algunos curiosos métodos populares como en el comportamiento meteorológico de los primeros días del año. En algunas zonas rurales se usan cebollas con fines predictivos en Nochevieja, lo que constituye una tradición de origen medieval. Se preparan doce capas de cebolla, disponiendo cada una de ellas en un plato y asociándolas a cada uno de los doce meses del año entrante, vertiendo sobre cada una de ellas una cucharada de sal. La mañana de Año Nuevo se observa cuál es el grado de humectación en cada trozo de cebolla, de donde se deduce cómo se comportará el mes en cuestión.
Sin abandonar las tradiciones del mundo agrícola, tiene más fundamento anticipar cómo serán las cosechas (buenas o malas) en función del tiempo reinante a comienzos de año. Si el mes de enero es meteorológicamente anómalo, dicha circunstancia trastocará las labores del campo y complicará la actividad de los agricultores. Lo que uno espera siempre de enero es que sea un mes frío, en el que no falten días despejados y algunas lluvias y nevadas, sin excesos. Esas condiciones son las idóneas para que la cosa vaya bien (“Enero claro y heladero, tiene las claves del granero”).
Si llueve y/o nieva de forma mansa, la tierra queda en una situación idónea para garantizar buenas cosechas (“La buena siembre de enero se hace con poco tempero”). Los problemas comienzan a surgir si el tiempo de enero se aleja de la normalidad climática. Un terreno empapado de agua, encharcado o embarrado retrasa la siembra, de ahí que se proclame que “El mal año entra nadando” o que “En enero, la nieve [un exceso de ella] es estercolero”.
Aparte de que la tierra está húmeda en las dosis justas, es importante que haga frío al comenzar el año, ya que si las temperaturas son excesivamente altas, siguen los problemas (“Enero caliente, el diablo trae en el vientre”, “Enero veranero, ni para el pajar ni para el granero”). En la actualidad, con el calentamiento global marcando la pauta, es cada vez más probable tener anomalías cálidas, tanto en invierno como el resto del año. Pensando en el inicio de la actividad agrícola, durante la segunda mitad del invierno, dicha circunstancia no ayuda.