El Pindal, la cueva rupestre patrimonio de la humanidad que puedes visitar este verano
Donde hoy solo hay acantilados, hace 18000 años nuestros remotísimos antepasados representaron en sus húmedas paredes mamuts, bisontes, ciervos y caballos, que corrían por verdes praderas que fueron engullidas para siempre por el Cantábrico en la última glaciación.
En 1908, el arqueólogo palentino Hermilio Alcalde del Río realizó un asombroso descubrimiento científico en una cueva escondida en un acantilado del extremo oriental de Asturias, junto al cabo de San Emeterio que, originalmente, no se situaba junto al mar.
Y es que, antes de la última glaciación, la línea de costa estaba entre 3 y 5 kilómetros al norte de su posición actual, y era un espacio de praderas y estepas por donde mamuts, bisontes y los antecesores del caballo doméstico actual, campaban a sus anchas.
Lo que Alcalde del Río encontró en las húmedas paredes de esta cueva situada en la localidad de Pimiango (Ribadedeva), fue extraordinario: figuras representativas de esos animales pintadas y grabadas hace 18000 años, lo que constituye la primera manifestación del hombre del Paleolítico estudiada en Asturias.
En 2008, coincidiendo con el centenario de su descubrimiento, las pinturas y grabados de la conocida como cueva del Pindal fueron incluidos en la lista de Patrimonio Mundial de la UNESCO, formando parte de la declaración Cueva de Altamira y Arte Rupestre Paleolítico de la Región Cantábrica.
Bisontes, caballos, peces y mamuts
La única entrada de la cueva mira hacia el mar Cantábrico. Tras atravesar un gran vestíbulo iluminado de manera natural, el recorrido se cierra sobre una galería lineal en completa oscuridad, donde el contenido artístico de la cueva se reparte en cinco zonas.
En el lado sur se localizan dos sectores: en el primero, a unos 120 m de la entrada y situada en el techo, es posible contemplar una pequeña cabeza de caballo en color rojo; en el segundo, justo al final de la galería turística, hay otro conjunto de representaciones pintadas en negro en muy mal estado de conservación.
El corazón rojo del mamut
En el lado norte hay otros tres sectores, entre los que destaca el panel principal (a unos 200 m. de la entrada), que concentra la mayor parte de pinturas de la cueva: tres bisontes, otra cabeza de caballo, una cierva y un mamut, así como diversos motivos abstractos agrupados en conjuntos ordenados o repartidos individualmente por la pared.
En esta zona también hay un amplio número de representaciones grabadas, concretamente, nueve bisontes y cuatro caballos.
Cerca del panel principal, caminando hacia el oeste, se localizan un pez y un gran bisonte sin cabeza, ambos grabados, así como algunas marcas digitales de color rojo.
Siguiendo en la misma dirección se encuentra una de las figuras más conocidas de la cueva: la representación del mamut clásico, pintado en rojo con lo que parece un enorme corazón del mismo color.
Visitas previa reserva
Mediante la visita turística es posible contemplar la práctica totalidad de las figuras rojas y algunas marcadas en negro. No ocurre lo mismo con los grabados, que son invisibles para el observador alejado de la pared.
La cueva del Pindal es accesible al público de miércoles a domingo, de 15 a 17 horas durante todo el año, eso sí, previa reserva en el teléfono (0034) 608 17 52 84. Las entradas deben abonarse en efectivo y tienen un precio general de 3,13 €.
Existe una tarifa reducida de 1,62 € para niños de 7 a 12 años, mayores de 65 años, personas con carné joven o miembros de familia numerosa. El cupo diario es de 30 personas.
La edad mínima para acceder a la cueva es de 7 años, se desaconseja la visita a personas con dificultades de visión o movilidad y no se permite la entrada con animales.
Dadas las condiciones ambientales de la cueva (12 ºC de temperatura y un 97% de humedad), también se aconseja vestir ropa de abrigo y calzado adecuado para un terreno húmedo, irregular y muy resbaladizo.
Merece la pena aprovechar la visita para acercarse también a la ermita de San Emeterio, el faro del mismo nombre y las ruinas del monasterio medieval de Santa María de Tina.
Y, como no, para disfrutar de las vistas únicas que ofrecen los magníficos acantilados que forman parte del paisaje protegido de la costa oriental asturiana, y la desembocadura del río Cares-Deva.