El juego de mirar las nubes, un pasatiempo para la cuarentena
La extraordinaria variedad de nubes impide que, por más veces que las observemos, caigamos en la monotonía y el aburrimiento. Su observación diaria es muy recomendable si vamos a estar muchos días recluidos en casa. También descubriremos formas familiares en ellas, sugestionados por la pareidolia.
Nos acompañan desde nuestros orígenes. Ahí están las bellas nubes encima de nuestras cabezas. Su aspecto cambiante hace que siempre sean diferentes, aunque se repitan algunos patrones. Su extraordinaria variedad impide que por más veces que observemos un cielo con nubes caigamos en la monotonía y el aburrimiento. Su observación, con cierta disciplina, es muy recomendable si vamos a pasar muchos días dentro de casa. Ver las nubes desde la ventana, el patio o la terraza, aparte de ser estimulante, establece un vínculo con el mundo exterior, más necesario que nunca durante una cuarentena o largo confinamiento.
Resulta interesante dedicar al menos tres momentos del día a observar las nubes en el cielo, aunque sea a través de una ventana. Lo ideal es hacerlo cuando nos levantamos por la mañana, luego hacia mediodía o primeras horas de la tarde y, por último, al atardecer, antes de la oscuridad de la noche. Si hacemos esto todos los días y anotamos las nubes que observamos, o las fotografiamos con el móvil, transcurridas pocas jornadas nos daremos cuenta de esa extraordinaria variedad a la que nos hemos referido.
Habrá días despejados, en los que no haya nubes, y otros nublados, en que una capa nubosa gris, más o menos homogénea, cubrirá la totalidad de la bóveda celeste. Aparte de esos dos extremos, tendremos otros muchos días en que vayan desfilando por nuestra ventana nubes de los distintos géneros, especies y variedades que hay catalogadas, pudiendo, algunos días, ser totalmente diferentes las nubes de la mañana que las de la tarde.
No pasará mucho tiempo antes de que alguna de las nubes que observemos nos recuerde mucho a algún objeto cotidiano, un animal o incluso el perfil de una persona o de una cara. Irremediablemente, habremos caído en las redes de la pareidolia (en este caso nubosa). Lo cierto es que la manera en que procesa la información visual nuestro cerebro hace que identifiquemos con frecuencia formas familiares en los elementos de la Naturaleza, o en objetos cotidianos que nos rodean.
Desde observar un corazón –como el que aparece en la fotografía anexa–, pasando por perros, gatos, conejos, elefantes, ovejas, caballos, peces, perfiles humanos… casi cualquier cosa que podamos imaginar la podremos “ver” en algún momento reflejada en una nube. La mayoría de las veces esa “visión” será individual, de manera que aunque haya 2 o más personas observando la nube simultáneamente, solo una identificará la forma cotidiana en ella. Una vez advertidos los acompañantes, también empezarán a “verla”.
Obras de arte con nubes, y pareidolias
Algunos pintores han querido practicar este divertido juego de las nubes con las personas que contemplan sus obras. La pareidolia nubosa aparece en algunos cuadros en los que el artista quiso, intencionadamente, ocultar algo en una nube. Lo hizo, por ejemplo, el pintor italiano Giotto en el fresco de “La muerte y ascensión de San Francisco de Asís”, que pintó en 1306 en la Basílica del citado santo. A raíz de un trabajo de restauración llevado a cabo en 2011, se descubrió la figura del diablo en uno de los bordes de la gran nube blanca que domina la escena. Antes de este hallazgo se pensaba que solo había recurrido a este divertido juego de ocultación nubosa el también pintor italiano Andrea Mantegna (1431-1506).
Paradojas de la vida, escribo estas líneas durante la pandemia del coronavirus covid-19 y Mantegna en el siglo XV tuvo que sortear la también mortífera peste negra. Nacido en Padua, allí estuvo viviendo algunos años cerca de la iglesia de San Sebastián. A este santo se le consideraba el protector de la peste, ya que era el aire por donde se pensaba que se transmitía esa enfermedad mortal, de ahí que se le represente acribillado de flechas, pues viajan por el citado medio gaseoso. Mantegna pintó tres tablas dedicadas a San Sebastián.
La que acompaña estas líneas se la encargaron para celebrar el final de la peste, hacia 1457-1459. En la nube que aparece en la parte superior de la izquierda, vemos un jinete a caballo que porta una guadaña, con la que corta las nubes. Si bien lo primero que nos viene a la cabeza es que representa la muerte, algunos estudiosos lo han identificado con el dios grecorromano Saturno. Sea como fuere, lo que es indudable es que Andrea Mantegna puso en práctica en este cuadro el juego de las formas de las nubes.