¡Piénsalo un segundo! Sin suelo no hay comida y se está agotando
El 7 de julio se celebra el Día Mundial de la Conservación de los Suelos. La tierra tiene una importancia fundamental dentro del frágil equilibrio medioambiental muy deteriorado por el cambio climático que estamos viviendo.
El Día Mundial de la Conservación de los Suelos se celebra todos los 7 de julio desde el año 1963. Se eligió este día en el aniversario del fallecimiento del científico Hugh Hammond Bennet, pionero en el intento de cuidar de nuestros suelos. El objetivo primordial de esta jornada es la concienciación de la importancia que tiene la tierra para los seres humanos y para la vida en general, dentro del frágil equilibrio medioambiental.
El 5 de diciembre también se celebra desde 2014 el Día Mundial del Suelo, decretado por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), por tanto, son varios los eventos dedicados a este importante recurso del que depende la vida y el sustento de los seres humanos.
¿Qué es la conservación del suelo?
Tanto en la agricultura, como en la ganadería y en la silvicultura, se considera que es el conjunto de prácticas aplicadas para promover el uso sostenible de la tierra. Se trata de mantener durante largo tiempo, sin agotar, los recursos ambientales o sin causarles un grave daño.
Una de nuestras mayores premisas sería evitar nuevos destrozos en nuestro planeta, ralentizando el ritmo de su destrucción e intentando revertir la pérdida de terrenos productivos y de ecosistemas naturales tan importantes en la biodiversidad de la Tierra.
La erosión, el aumento de la salinidad y de la acidez de la tierra son algunos de los problemas relacionados con su uso inadecuado, lo que a su vez podría provocar en un próximo futuro una escasez de alimentos en todo el planeta. Sin una labor de concienciación para que se use el suelo adecuadamente, el resultado podría ser un gran desequilibrio del sistema productivo.
¿Es importante conservar el suelo?
Estamos acostumbrados a las noticias relacionadas con el cambio climático y son pocas personas las que se paran a pensar cómo pueden afectar todos estos grandes y rápidos cambios a nuestros suelos, además de la excesiva explotación que muchos de ellos están ya sufriendo.
La tierra es un sistema muy complicado que está en constante evolución, aunque pensemos que apenas sufre cambios. Tenemos que tener en cuenta que, además de servir como soporte para todas las formas de vida en nuestro planeta, es el sustrato para el crecimiento de la vegetación y por tanto el garante de los nutrientes para todas las especies.
Algunos datos para hacernos abrir los ojos
Con unos 7,8 miles de millones de habitantes, nuestro planeta nos aporta una superficie de 13.200 millones de hectáreas. En la actualidad, de esta superficie, se dedica al cultivo agrícola el 12%, a los usos forestales el 28% y a pastizales y ecosistemas de bosque el 35 %.
Mundialmente el promedio de tierras agrícolas necesarias para alimentar a una persona oscila entre 0,22 y 0,26 hectáreas, casi la mitad de lo necesario que a mediados del siglo pasado. De promedio, los países de altos ingresos cultivan 0,37 ha, más del doble de superficie que los países de bajos ingresos (0,17 ha), mientras que los países de ingresos medios cultivan 0,23 ha.
La FAO pronostica que la producción alimentaria mundial podría aumentar en un 70 % en los próximos cuarenta años (y duplicarse en los países en desarrollo). Por tanto, es probable que la producción responda a la creciente demanda, pero a qué precio, ¿a costa de la destrucción de los suelos?
Lo que el viento se llevó
El éxito no se debería medir únicamente por la oferta de alimentos de calidad para la población mundial. Tendríamos que tener en cuenta también la sostenibilidad ambiental de los principales sistemas de tierras y aguas. De nuevo nos enfrentamos a la disyuntiva entre la producción y el medioambiente. Cualquier decisión debería ir acompañada de medidas destinadas a reducir sus impactos negativos y se requerirá una adecuada gestión de los riesgos para que la producción pueda satisfacer la creciente demanda sin degradar aún más los recursos hídricos y de tierras.
Pero, ¿qué sucederá si en ese futuro los humanos hemos seguido creando más desequilibrios medioambientales, con aumento de la desertificación y la desforestación, así como un uso desequilibrado de las tierras y mala utilización de los equipos mecanizados? Podríamos llegar a la mitad de este siglo con nuestros suelos agotados o destruidos.
Un ejemplo muy elocuente es lo que sucedió en los años 1930, el fenómeno conocido como El Erial Polvoriento o el Dust Bowl, fue uno de los peores desastres medioambientales del pasado siglo. Afectó a grandes extensiones de los estados norteamericanos de Texas, Nuevo México, Oklahoma, Colorado, Kansas y Nebraska. Una prolongada sequía, de al menos 7 años, unida a años de prácticas salvajes en el manejo del suelo, dejaron a la tierra a merced de la fuerza del viento. Se calcula que los desplazamientos de personas fueron de unos tres millones y muy numerosas las pérdidas en vidas humanas provocadas por el hambre.
Debería estar claro que es urgente que entre todos tratemos a la Tierra como un capital único, preciado y limitado, dando prioridad a su salud y nos esforcemos para intentar restaurar mucho de lo que estamos destrozando. Esta labor es de todos, porque el futuro nos afecta por igual.