Deir el-Medina, la última morada de los constructores de tumbas de Luxor
Deir el-Medina fue el hogar de los artesanos que construyeron las tumbas reales egipcias, dejando un legado artístico único. Actualmente, los restos de su poblado nos revelan los secretos de su vida cotidiana.
En la margen occidental del río Nilo, justo en frente de la metrópoli de Luxor, Deir el-Medina revela que la expresión artística y la estética no se restringe únicamente a las célebres sepulturas de faraones, reinas y aristócratas del antiguo imperio egipcio. Esta comunidad fue el hogar de artesanos, pintores, escultores y otros especialistas que contribuyeron a la construcción de las magníficas moradas funerarias de los, por entonces, personajes más poderosos del mundo.
Fueron estos artífices, en muchos casos desconocidos, quienes legaron el hermoso patrimonio que hoy maravilla a todo el mundo en lugares tan emblemáticos como el Valle de los Reyes o el Valle de las Reinas. Estos artesanos dejaron una huella inconfundible en las profundas y frías cámaras que rodean las arenas del desierto donde se alzaba la legendaria Tebas, la mítica capital mítica de Egipto durante varios siglos.
No obstante, también reservaron su talento y arte para sus propios sepulcros, erigidos en una ciudad donde el descanso fue siempre un bien escaso.
Deir el-Medina: legado de los artesanos del Antiguo Egipto
Durante el reinado de Tutmosis I, en la dinastía XVIII, se fundó una aldea exclusiva para los artesanos encargados de las tumbas reales del Valle de los Reyes. Este asentamiento, conocido en su tiempo como set maat o "el Lugar de la Verdad", albergaba a los maestros que decoraban las últimas moradas de faraones y nobles. Deir el-Medina no sólo fue su hogar, también el lugar donde los artesanos construyeron su propia necrópolis, ubicada fuera de los límites del poblado.
Tanto Deir el-Medina como su necrópolis se distinguen como un ejemplo único en Egipto. El asentamiento, de aproximadamente dos hectáreas, estaba rodeado por un alto muro de adobe, creando un espacio cerrado en el que se encontraban alrededor de 70 viviendas, con otras 50 casas más fuera del recinto.
En su época de mayor auge, durante la dinastía Ramésida, aproximadamente 400 personas vivían aquí. Estos artesanos disfrutaban de un estilo de vida muy acomodada, algo evidente gracias a los hallazgos arqueológicos y a las propias tumbas.
Pero el declive de Deir el-Medina fue inevitable. Al final del Reino Nuevo, las tumbas reales fueron asediadas por bandas de saqueadores organizados, lo que provocó un aumento de la inseguridad en la zona. Este clima de inestabilidad llevó a las familias a abandonar progresivamente la aldea, que con el tiempo cayó en el olvido.
Sin embargo, tras miles de años, los vestigios de sus habitantes y sus historias resurgen, devolviendo la vida a un rincón que alguna vez fue esencial para la preservación de la eternidad en el antiguo Egipto.
¿Cómo era la vida en Deir el-Medina?
La rutina diaria en Deir el-Medina contrastaba notablemente con la de otras aldeas egipcias. Los artesanos que residían allí gozaban de un estatus privilegiado, con acceso a mayores cantidades de alimentos, viviendas de calidad y otros recursos. Todo era un reflejo de la alta valoración de sus habilidades y del rol fundamental que desempeñaban en la creación de tumbas para la realeza.
La comunidad permanecía en gran medida aislada del resto del país, ya que la confidencialidad era esencial para proteger los secretos de las tumbas en las que trabajaban. Debido a la delicada naturaleza de su trabajo, los artesanos de Deir el-Medina respondían directamente ante el visir, quien supervisaba todas las operaciones. La protección de la zona recaía en los Medjay, una fuerza especial encargada de vigilar estrictamente la necrópolis para prevenir cualquier intrusión o amenaza.
Los trabajadores recibían su salario en forma de alimentos, y no dudaban en elevar quejas al escriba encargado de la tumba en caso de que los suministros se retrasaran, quien informaba al visir. Si los problemas persistían, los artesanos estaban dispuestos a organizar huelgas, un acto poco común en el Antiguo Egipto.
No contaban con días libres al estilo moderno, pero sí podían descansar cada décimo día de trabajo y en ocasiones festivas. Sin embargo, recurrían a diversas excusas creativas para faltar al trabajo, desde fingir enfermedades hasta argumentar haber sido golpeados por sus esposas.