Las piedras en el camino de la negociación climática en la COP27
La COP27 no llega en el mejor momento. La incertidumbre que genera la guerra de Ucrania es un factor que complica las negociaciones. Tras la primera semana de cumbre, de momento no hay compromisos firmes.
La COP27 que se está celebrando en Egipto no parece que lo haya hecho en su mejor momento. Acaba de llegar a su ecuador y ya desde antes de iniciarse el pesimismo sobre los avances que pudieran hacerse en ella –a pesar de la emergencia climática– era general, principalmente por el factor desestabilizador que ha introducido en el complejo puzle de las negociaciones del clima la guerra de Ucrania.
El hecho de que no esté claro cuál puede ser su desenlace, en qué momento se producirá y las consecuencias que ya está empezando a tener en un tema tan crítico como las fuentes de energía, aporta nuevas incertidumbres al ya de por sí incierto futuro.
Aunque no se hubiera producido la invasión rusa de Ucrania, las cosas seguirían estando muy difíciles en la COP27 de Sharm el Sheij para avanzar en los objetivos necesarios para trata de esquivar los peores escenarios climáticos que plantea el IPCC en su sexto y último Informe (AR6).
La primera cumbre del clima se celebró en Berlín en 1995; veintisiete años después ya no hablamos de un cambio sino de una emergencia climática, las emisiones de gases de efecto invernadero de origen antrópico están en máximos históricos, la magnitud y extensión de los impactos ligados al calentamiento global aumentan por momentos; cada año que pasa. El tiempo juega claramente en nuestra contra y seguimos con infinidad de temas urgentes y fundamentales sin resolver.
Uno de los principales objetivos que deberían de alcanzarse en la COP27 es el firme compromiso, sin letra pequeña, por parte de los países ricos (primer mundo) de inyectar el dinero necesario a los países más pobres y vulnerables para que puedan llevar a cabo las medidas de adaptación necesarias para protegerse de los impactos crecientes del cambio climático, evitando así que la mortalidad por fenómenos meteorológicos extremos se dispare. Es una reclamación histórica de los países del tercer mundo, con algunos estados africanos a la cabeza.
Una nueva COP que deja sensaciones agridulces
Las sensaciones tras los primeros días de la cumbre son similares a las de cumbres anteriores. Como siempre suele ocurrir, los líderes de los países desarrollados en sus discursos hacen grandes declaraciones de intenciones, pero al final todo queda en eso, lo que desata la impotencia, indignación y desconfianza en los países pobres, que ven cómo cada año que pasa el problema, lejos de irse solucionando, empeora.
Mientras no pensemos colectivamente, por el bien común (de la especie humana y las demás, a escala planetaria), e integremos a todos los países en una serie de acciones que caminen en la misma dirección, las dificultades para afrontar el reto climático serán cada vez mayores.
Al final, las negociaciones climáticas se convierten en un tortuoso camino en el que nos vamos encontrando con piedras cada vez más grandes y más numerosas. Ya hemos citado dos de ellas: la guerra de Ucrania y las grandes diferencias entre el primer y el tercer mundo, pero la lista sigue y es muy larga. La propia evolución que está teniendo el cambio climático es un factor desestabilizante más, que actúa como una apisonadora, echando por tierra nuestros tímidos intentos por adaptarnos a él y mitigarlo.
Es un buen ejercicio ponerse en la cabeza del ciudadano de a pie; de cualquiera de nosotros. Por un lado, le llegan informaciones diarias de la COP27 –una cumbre más–, donde se han reunido miles de personas de todo el mundo, en un país, Egipto, que no es el mejor espejo en el que mirarse en materia de sostenibilidad o derechos humanos.
La sensación de que estas cumbres anuales multitudinarias no serán capaces de resolver el problema que tenemos encima está muy extendida entre la ciudadanía. Esto también es una piedra en el camino: la desconexión ciudadana del asunto que más directamente va a afectar a nuestras vidas y a las de nuestros descendientes.
Acciones a la desesperada en museos para denunciar la emergencia climática
Por otro lado, nos están llegando también a través de los medios de comunicación las impactantes acciones llevadas a cabo en distintos museos por activistas climáticos, junto a algunos de los cuadros más conocidos del mundo. Vierten salsa de tomate y otros líquidos sobre los cristales que los protegen y se pegan sus manos a los marcos o a las paredes donde están expuestas las obras.
Estos hechos, que generan un rechazo colectivo, son acciones a la desesperada para denunciar la emergencia climática, ante la pasividad de los principales dirigentes, escenificada en las 27 cumbres del clima celebradas hasta la fecha. Su ineficacia (fruto de la complejidad intrínseca a las negociaciones climáticas) puede empezar a convertirse también en una piedra más en el camino, si seguimos celebrándolas sin lograr apenas avances.