¿En qué comunidades españolas hay más contaminación lumínica?

Queremos ciudades iluminadas y resplandecientes hasta el punto de opacar el propio cielo nocturno. Pero la contaminación producida por luz artificial ineficiente es un grave problema ambiental (y de salud) que, en algunas zonas, se ha ido de las manos.

La contaminación lumínica, como la que se produce en la ciudad de Barcelona, se ha convertido en un problema medioambiental de primer orden.

Cerca del 60% de los españoles ya no podemos admirar la Vía Láctea por las noches, esa estela de múltiples brazos espirales que nos recuerda que no estamos solos entre las estrellas.

La causa es la contaminación lumínica, que dificulta la visión de un cielo que forma parte del paisaje natural y es un bien inmaterial y patrimonio común que hay que proteger.

Pero el modo en que nos afecta la inmensa huella de la luz artificial va mucho más allá de dañar nuestra visión del universo, y afecta a nuestra propia salud.

¿Cómo nos perjudica la contaminación lumínica?

Aunque, en un principio, la preocupación por la contaminación lumínica se limitó al ámbito astronómico por la pérdida de calidad de la visibilidad del cielo nocturno y, al margen del evidente derroche energético, gracias a la ciencia, hoy sabemos más sobre sus consecuencias.

Una de las más importantes afecta a la flora y la fauna de los ecosistemas, y se traduce en aumento de enfermedades, cambios en las migraciones de las aves o el desequilibrio en los ciclos de los árboles.

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Y aquí, baste un ejemplo para ilustrarlo: el halo nocturno de la ciudad de Sevilla es perceptible a 200 kilómetros de distancia y perjudica a espacios naturales como el Parque Nacional de Doñana.

La causa son los fotones (partículas responsables de transportar la energía, incluida la luz, en forma de ondas electromagnéticas) que se propagan por la atmósfera generando contaminación lumínica incluso a centenares de kilómetros desde el foco de luz.

Hay estudios que demuestran una asociación entre niveles elevados de exposición a luz azul durante la noche y un mayor riesgo de padecer cáncer de mama y de próstata.

El riesgo lo apunta la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer (IARC), que clasifica el trabajo por turnos como “probablemente carcinógeno” por la interrupción de los ciclos circadianos debido a la necesidad de utilizar luz artificial de modo continuo.

Esta presencia excesiva de luz reduce la producción de melatonina en nuestro organismo, lo que influye en el incremento de la presión arterial y produce desajustes hormonales, trastornos de ánimo e incluso favorece la obesidad.

Las zonas con mayor contaminación lumínica en España

Un paso más en la evaluación del impacto de la contaminación lumínica en el medio ambiente y en la salud humana ha sido posible gracias al proyecto RALAN-Map EU, dirigido por Alejandro Sánchez de Miguel, astrofísico de la Universidad Complutense de Madrid.

El equipo que coordina, en colaboración con el Centro Internacional de Investigación de Big Data para los Objetivos de Desarrollo Sostenible, con sede en Ginebra, Suiza, ha elaborado el primer mapa de contaminación lumínica calibrado de alta resolución de la península ibérica.

Mapa de alta resolución elaborado por el Proyecto RALAN-Map EU sobre la contaminación lumínica en la península ibérica

Las imágenes para realizarlo han sido captadas por el satélite SDGSAT-1. Gracias a este tipo de estudios sabemos que la luz artificial emitida en Madrid, Bilbao, Valencia y Barcelona genera el mayor impacto ambiental en España. En la mayoría de los casos coinciden con las comunidades o áreas metropolitanas más pobladas.

Fuera de las grandes capitales, por potencia emitida por km2 (W) las ciudades que más contaminan son Perafort y Ascó (Tarragona), Palos de la Frontera y San Juan del Puerto (Huelva), Teo (A Coruña) o Gozón (Asturias).

Por el contrario, en zonas de Castilla-La Mancha o Aragón, destacando Ciudad Real, Toledo, Albacete o Teruel, se encuentran entre los lugares menos afectadas por este fenómeno.

Las luces LED empeoran el problema

Paradójicamente, el uso de tecnologías más eficientes ha contribuido a empeorar el problema de la contaminación lumínica. Y es que hay un impacto oculto en la utilización masiva de los diodos emisores de luz (LED).

Según señala Sánchez de Miguel, su uso ha contribuido a empeorar el problema. En primer lugar, porque la reducción de su coste ha generado un aumento del consumo, lo que ha llevado a iluminar regiones oscuras o adelantar la programación del iluminado desde el atardecer.

Este constante aumento de la iluminación nocturna ha ocasionado que la mitad de Europa y un cuarto de Norteamérica sufran una "pérdida de la noche" generalizada, con la consiguiente modificación de los ciclos día y noche.

Por otro lado, los LED emiten más luz azul que las tecnologías de lámparas anteriores, que no pueden captar los sensores satelitales que, por lo tanto, subestiman el nivel de emisiones. Este incremento “podría ser del 270% a nivel mundial y de un 400% en algunas regiones”, alerta el astrofísico.

Una ley pionera para proteger el cielo

En el lado opuesto juega la Ley sobre la Protección de la Calidad Astronómica de los Observatorios del Instituto de Astrofísica de Canarias.

Una norma que ya ha cumplido los treinta años, y ha resultado vital para frenar el avance de la contaminación lumínica en una zona que alberga uno de los mejores complejos astrofísicos del mundo: el Observatorio del Roque de los Muchachos, en La Palma.

Desde su aprobación en 1988, en esa isla y también en la zona norte de Tenerife, se han acondicionado las instalaciones del alumbrado público para proteger la excepcional calidad del cielo de Canarias para la observación astronómica.

Por ello, La Palma se ha convertido en la primera Reserva Starlight del mundo (Soria quiere ahora seguir sus pasos), una iniciativa internacional en defensa de la calidad del cielo nocturno y el derecho de la humanidad a disfrutar de la contemplación del Cosmos.

Su ejemplo ha servido de inspiración a otras regiones españolas, como Cataluña, Baleares, Navarra, Cantabria o Andalucía, donde ya se han redactado proyectos para luchar contra este tipo de contaminación, si bien las iniciativas siguen siendo insuficientes.